viernes, 10 de septiembre de 2010

Movilidad sostenible. Marketing insostenible.

De un tiempo a esta parte, en especial desde que irrumpió la teoría del cambio climático, ha surgido la preocupación por reducir las emisiones de dióxido de carbono. Buena parte de la industria automovilística ha pasado a centrarse en el ecologismo de sus vehículos, salvo los fabricantes de mastodontes, lógicamente.

Contaminamos hoy un poco menos que antes, así que somos ecológicos.
Eso está bien; así quien compra un coche nuevo se sentirá aliviado y lo usara con la engañosa idea de que ‘no está afectando al medio ambiente’.

Es bien sabido que el automóvil privado genera una serie de externalidades negativas, aunque los fabricantes lo oculten. La contaminación atmosférica y acústica son unas, pero no las únicas, hay muchas mas.

Imaginemos por un momento que todo el parque de automóviles del D.F. se cambia por coches eléctricos. Disminuirán las enfermedades respiratorias así como la degradación del patrimonio artístico, derivadas de la contaminación; disminuirá un poco el ruido y por tanto, mejorará la calidad de vida. Hasta ahí, va bien. Sin embargo la siniestralidad, los atascos y los problemas de aparcamiento serán exactamente los mismos que con coches convencionales.

¿Podemos hablar de movilidad sostenible cuando lo que nos venden son los mismos problemas que ahora, solo que con menor contaminación ambiental local y acústica? ¿Cómo el Gobierno apoya esta perversión del lenguaje? Seguramente, porque el mismo Ejecutivo es quien ha ayudado al sector del automóvil, con el pretexto de rejuvenecer el parque. Podría ayudar a la autóctona y brillante industria carrocera, pero no está por la labor.

La movilidad sostenible persigue una ciudad más habitable, evitando la contaminación, la siniestralidad, el consumo de recursos, el tiempo perdido en atascos, el estrés que genera, y tantos inconvenientes que ha supuesto para la ciudad la extensión del coche, sí, pero también el derroche de espacio público desaprovechado para el automóvil privado. El automóvil de propulsión híbrida o eléctrica no aporta nada nuevo, salvo en la menor contaminación local, pues la remota, producida por la generación de electricidad, permanece.

Transformar el automóvil eléctrico o hibrido en paradigma de movilidad sostenible es un ejemplo de propaganda pura, de presentar unas características irreales.

Los automóviles eléctricos, con todas sus desventajas, solventarían unos problemas concretos y
relevantes, pero no solucionan otras cuestiones igualmente importantes. Asociarlos a la movilidad sostenible es propaganda pura, publicidad sin sustento, que por desgracia, cuenta con apoyo público.

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